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domingo, 28 de noviembre de 2010

Artur Mas, el ajedrecista


Si la política actual fuera ajedrez, Artur Mas sería Bobby Fisher. Camuflado durante años  en la alargada sombra de Jordi Pujol, el líder de CiU ha mostrado una sorprendente energía durante dos largas legislaturas en la oposición mientras el tripartito gobernante entraba en una crisis crepuscular. 

¿De donde ha sacado tanta fuerza? No es ningún secreto que el proyecto de Artur Mas se sostiene con la cobertura ideológica de tres ‘think tanks’ que no han cejado de trabajar para él desde su salida del Govern en diciembre de 2003: la Fundación Trias Fargas, dirigida por el antiguo secretario del gobierno de Jordi Pujol, Antoni Vives, un devoto de los modelos socioliberales sueco y danés; la Fundació Catalunya Oberta, de talante más socialdemócrata aunque con incondicionales liberales en sus filas como Lluis Prenafeta, antigua mano derecha de Pujol, y el exconsejero de Economía Macià Alevedra; y el Centre de Estudis Jordi Pujol con el economista neoliberal Xavier Sala i Martín como cara más visible y con simpatizantes como Oriol Pujol Ferrusola, David Madí y Francesc Homs que ya ganaron su batalla dentro de la coalición en 1992 cuando pusieron a Miquel Roca a los pies de los caballos.

Ahora, estos tres peones se han cobrado el tributo de llevar a Mas a la cúpula de Cataluña. Madí es uno de los ideólogos de Mas, el hombre del aparato. Homs, el negociador, un estratega tenaz. Y el hijo de Pujol, que aunque todavía anda buscando su espacio dentro del aparato, manda como el que más.
Y bajo esta perspectiva tridimensional de su tablero político, Artur Mas ha desplegado su plan con absoluta maestría.

Primero durante la negociación del Estatut. El tripartito vio la oportunidad histórica de arrinconar a CiU en la oposición convencido de que jamás apoyaría un Estatut con Pasqual Maragall de president. Pero Mas opostó por un texto de máximos. Y aquí se plantó. La táctica era atraer a los tres socios del Gobierno  a sus tesis sobre la financiación. Y lo logró. Mas consiguió la foto sideral que buscaba con Maragall tras protagonizar el desbloqueo que posibilitó el histórico acuerdo. Jaque al rey.

Después, apuntalar su posición en el partido. Para Mas, el presidente de UDC, Josep Antoni Duran i Lleida siempre ha resultado un incordio. Con un quiebro de cintura impensable para el hombre gris que se le suponía, aprovechó la ventajosa posición de su fuerza parlamentaria para acercarse a Zapatero y expresarle su disposición a no sólo apoyarle en las cuestiones más espinosas de la guerra que mantiene con el PP, sino a sugerirle, por qué no, entrar en un hipotético Gobierno en la siguiente legislatura. 

“A cambio el presidente debía avalar un nuevo Estatut con los convergentes como primer socio e intercedería para forzar una retirada de la política de Maragall, con quien no se traga. Esto abría las puertas de la presidencia a Artur Mas”, recuerda una miembro de ERC en el Parlament. Política de ciencia ficción, según los convergentes consultados, aunque no esconden que “indudablemente el PSOE ganaría estabilidad y CiU capacidad de influencia”. Todos contentos.

Finalmente, reforzar su imagen en Cataluña. Al margen de las maniobras orquestales en la oscuridad de la política, Artur Mas también ha sabido mover sus piezas en Cataluña. Primero metiendo cuñas de hierro,  con la ventaja que los dos legislaturas del tripartito han sido decepcionantes. Ni cambio, ni estatuto ni más riqueza ni influencia nacional. Las continuas discrepancias entre los socios han paralizado, en buena medida, la acción política, y Mas lo ha tenido fácil para presentarse hoy como la alternativa clara, el hombre serio, ante la sociedad y los poderes económicos, que además de cambiar el país puede acercar a Cataluña a sus mayores cotas de independencia. Mate en tres movimientos.

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