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jueves, 27 de enero de 2011

Samuel Ruiz, el obispo de Chiapas


Samuel Ruiz, antiguo obispo del Estado mexicano de Chiapas, falleció el lunes en México DF. Descubrí a este contradictorio religioso durante la rebelión zapatista en 1994 pero no fue hasta las navidades de 1997 cuando pude conocerle mejor. Ocurrió tras la matanza de indígenas en Acteal. 

Ruiz me pareció un hombre malhumorado. No se fiaba de la prensa. No le gustaban los periodistas y mucho menos los desconocidos como yo.  Sus palabras no me seducían, no me gustaba su indulgencia. Sin embargo, cada letra que pronunciaba este hombre blanco transmitía magia a los indígenas americanos a los que se empeñó en defender. Hablaban de idéntica forma, el mismo lenguaje. Compartía con ellos sus problemas. Por eso le adoraban.

Tatik -padre-, como le llamaban sus hermanos mayas, solía responder con una pregunta a lo que ocurría a su alrededor. "¿Porqué cree que una población como la de Chiapas, uno de los estados más ricos del país, ocupa el cuarto lugar entre las comunidades más pobres de México?", me decía enfurruñado. En el despacho de su vieja diócesis descansaba un antiguo retrato de Fray Bartolomé de las Casas, primer obispo del Estado en tiempos de la colonización española, y cuyo mensaje evangélico se empeñó en mantener vivo contra viento y marea. Quizá, por eso, Samuel Ruiz era considerado más que un padre espiritual para gran parte de los indígenas chiapanecos. Quizá por eso sufrió varios intentos de asesinato. Quizá por eso recorría a caballo o a pie gran parte de los Altos donde vivían los insurgentes. Por eso era tan difícil encontrarle en su despacho. Quizá por eso tuvo a la jerarquía católica en su contra.

Su casa estaba en la gran Iglesia de San Cristóbal de las Casas. Una construcción maravillosa de madera, adobe y ladrillo con más de 500 años de antigüedad. Piedras amarillas agrupadas como pétalos en flor. Gonzalo Ituarte era vicario de Justicia y Paz de la diócesis y brazo derecho del obispo Samuel Ruiz desde la creación de la primera comisión negociadora surgida tras el levantamiento zapatista el 1 de enero de 1994. Fue su voz en los acuerdos firmados en San Andrés Larráinzar.

El Tatik lloraba la miseria de los indígenas. Repudiaba la condición a la que habían sido arrinconados. Con más frecuencia de la deseada me preguntaba por los motivos de mi viaje a Chiapas más allá de lo meramente folclórico que entrañaba aquella revolución poética. Marcos no entraba mucho en sus planes y, en ocasiones, hasta reconocía que no le agradaba su protagonismo mediático. "Muchos vienen a verle a él, no a entender bien lo que aquí ocurre. A él le parece bien, a mi me parece mal", señaló en una de las escasas ocasiones en la que habló del líder enmascarado.

Ruiz era la antítesis del sup. Feo, bajito y nada seductor. Pero sus mensajes eran plataformas de lanzamiento para el alma orgullosa de los mayas. Les reforzaba la autoestima y les ayudaba a que sintieran con orgullo su condición de pertenencia. A muchos los convirtió en guerreros de la dialéctica. "Ojalá no entrara en la cabeza de dios la idea de viajar un día a estos sitios", añadía malhumorado. Yo le dije una vez que si su dios le escuchaba y decidía darse una vuelta al menos tendría la posibilidad de ver que aquí malvivían muchas personas con lo que comprobaría el cumplimiento del castigo que les impuso desde el principio de los tiempos (católico). Me mandó a paseo.

"Dios no sentenció a Eva a parir con dolor; ni a Adán a ganarse el pan con el sudor de su frente", argumentó en aquella entrevista. El responsable de aquello era, para él,  el propio hombre. Su codicia, su ambición. La pobreza y el desprecio eran términos reversibles si se luchaba contra la injusticia.

Pero todo tiene un final. La pelea le desgastó los huesos. Le dejó casi ciego. El lunes al fin, Tatik cerró plácidamente sus ojos. Como un fiel responso a su triste mirada. Hoy, mejor una foto sin su retrato. Por respeto al sagrado temor de que el ojo de un objetivo pueda, de verdad, extraerle el alma. Mejor ilustrar su memoria con la imagen costumbrista que tanto le perturbó. Una anciana maya fumando bajo un intenso aguacero. Polvo que fue polvo. Y polvo que ya ha comenzado a ser.

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