Después de 40 años dirigiendo su país como si se tratara de un cortijo, Muamar al Gadafi ha decidido que antes de entregar el poder a sus humildes súbditos prefiere hacerles la guerra. En Libia se han reestrenado las terribles escenas de la represión armada, de fugitivos atestando las carreteras, de niños y ancianos completamente desamparados. Y las sinrazones de una razón, como ya advirtiera Goya, que sueña con monstruos.
Es el odio feroz entre hermanos que ha resurgido como un violento fuego del desierto entre las ruinas del singular sistema que se inventó Gadafi para hacerse imprescindible. Es lo que tienen los dictadores. Trípoli es hoy uno de los nombres de esta geografía libia sangrienta. Pero también Sirte, su ciudad natal, el antiquísmo puerto del Golfo de Sidra en cuyo casco antiguo hoy se libra una batalla. El Ejército de Gadafi le ha tendido un cerco de destrucción.
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