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jueves, 24 de noviembre de 2011

El viaje del Hombre (III): Maoríes


Los maoríes tienen algo de duelistas. Miran con valentía y bailan con ardor guerrero alzando las manos, clavando los pies, flexionando las piernas, tensando el cuerpo, sacando la lengua y abriendo desorbitadamente los ojos como si en todo ello viajara el mensaje de su alma milenaria. "Tenei te tangata puhuru huru / nana nei i tiki mai / Whakawhiti te ra", gritan sin tregua durante su baile de bienvenida, la haka, que parece un desafío provocador. Pero, en realidad, estas palabras indescifrables están talladas con un cincel hecho de tiempo: "Este es el hombre valiente / que trajo el sol / y lo hizo brillar de nuevo".

El viaje del hombre muestra hoy a una de las etnias más intrépidas de la Tierra. Llegados a Nueva Zelanda en el siglo X procedentes de las islas Cook y Hawai, los maoríes se adentraron en las tormentas oceánicas abordo de enormes canoas como marineros intrépidos. El motivo era asentarse en un nuevo mundo, ampliar su horizonte, crecer. Y se encontraron un entorno evocador pero húmedo y tormentoso. No se arrugaron y plantaron cara al viento hasta lograr adaptar su economía y su organización social a unas condiciones ambientales hostiles para seguir viviendo. 

Pueblo de guerreros que practicaron el canibalismo, sufrieron a sangre y fuego los rigores de la colonización británica hasta el punto de quedar encerrados como ganado durante siglos en reservas como las de Te Ika, en Maui, la isla norte de Nueva Zelanda. Y se convirtieron en libertos, en venerables ciudadanos, en grandes ganaderos. Desde la noche de los tiempos, veneran el tatuaje facial por ser el soporte indestructible donde cada uno escribe su propia historia, su origen de casta, su identidad. Es su pasaporte a la eternidad.

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