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martes, 10 de enero de 2012

El síndrome de Amundsen



Hay historias buenas e historias superlativas. La del guipuzcoano Alberto Iñurrategi, el alavés Juan Vallejo y el navarro Mikel Zabalza es una historia épica. Tras 44 días de ruta por el continente más inhóspito de la Tierra, llegaron ayer a Bahía Hércules, el punto más meridional del planeta, y completaron una gesta al alcance únicamente de ocho personas a lo largo de la historia. Dicho así, más parece una cosa de locos ególatras que de unos tipos discretos, modestos e inquietos. 

La realidad es que estos tres hombres viven unidos por el afán de superación de acuerdo a un comportamiento ético de relacionarse con el medio natural. Alpinistas vocacionales, himalayistas contrastados, escaladores reconocidos. Así de sencillo y de claro. Arrastrados por cometas de viento han recorrido casi 4.000 kilómetros siguiendo el rastro de Amundsen y Scott.... acarreando cada uno 170 kilos de peso por un terreno ausente de verticalidad, llano e interminable. Desde la base rusa Novolazarevskaya hasta el Polo Sur Ceremonial. En medio quedan la falta de viento, los terribles sastrugis de hasta un metro de profundidad, la caída de uno de los trineos, las bajas temperaturas y las fortísimas tormentas. Un imposible allá por el mes de noviembre. 

Alguien escribía al poco de comenzar la expedición que el valor de esta hazaña residiría tanto en su capacidad técnica como en su autonomía: "saber qué hacer resulta tan importante como ser capaz de hacerlo". Por fin, el reloj se detuvo ayer a las 9.15 hora local, una hora más en España. Entonces, arriaron las cometas y se abrazaron. Cien años después de que Roald Amundsen arruinara con sus 50 perros la gloria de Robert Scott y sus caballos mongoles. "Lo hemos celebrado tomando un café con leche calentito”. Game over.




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