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martes, 21 de septiembre de 2010

¿Por qué no molestas?

Un buen amigo me tiene preocupado. Es una de esas personas de la que nunca esperas que el mal le clave una espina por la espalda ni que el agotamiento termine arrojándole a los brazos de un profundo sueño. 

Es más que un compañero de viaje con el que saltas sobre la hoguera de la actualidad. Con él rebotas y vuelves a saltar, aturdido o encandilado pero pocas veces indiferente. Si yo le digo que estoy convencido de que esta mesa es redonda, él arruga la cara y responde que quizá sea cuadrada.

Si yo me escondo, él me gana para una causa y me arrastra a la acción, multiplicándose, si hace falta, como los panes y los peces.

Diga lo que diga,  encuentra respuestas que nada tienen de epifanías cotidianas. A veces me exaspera, es cierto, especialmente cuando me hace reir en el abismo o pone dudas sobre mis conclusiones inquebrantables.

Mi buen amigo, que ha navegado como un Ulises por media prensa de Madrid y parte del extranjero, se defiende hoy con delicadeza ante uno de esos envites cruciales que acompaña a la vida. Pero él  no muestra ni una mueca de esfuerzo ante el peso de la losa que le acompaña. Eso sí, con la dignidad del gladiador vencido, ha acudido alguna que otra noche al hospital para comprobar que su enorme corazón no iba a estallar en mil  pedazos. Ni siquiera quiso regalar esa exclusiva a su seleccionadísimo comando de amistades especiales. Su cabeza excluye esas terribles nimiedades. Y no se traicionará nunca.

¿Por qué no molestas más? 

¿Quizá porque te has acostumbrado a vivir en tercera persona? 

Durante años de silencios, desplantes e incompresión dice haber acumulado suficientes razones, a su juicio, para otorgarse la condición de exiliado del amor total y sin esperanza de retorno. Recibió todos los golpes conocidos pero intentó conjurar las obsesiones propias y ajenas. Sólo con las historias escuchadas podría escribir una hermosa y misteriosa novela.  

Él, que prefiere el estilo pausado como buen socio para todo y para todos, parece disfrutar caminando por las calles mojadas al ganchete de su reina libertad.  Porque sigue sin gustarle hablar de si mismo aunque  sepa que le haya llegado el momento de dar un cambio radical.  Prefiere el valor de la palabra figurada, como algunos viejos poetas que remontaron el vuelo surfeando sobre esa ola vertiginosa que es la literatura. Un reencuentro  con las letras que nos ha llegado, a quienes le leémos, como una revelación trascendente. Brutales explosiones de sentimiento de un hombre dolorido y que quiere estar sólo. Y esa congoja, ese dolor elemental mostrado, ha ejercido sobre algunos de nosotros un efecto aturdidor. Nunca le habíamos visto en un estado de abatimiento cómo el expresado en las últimas semanas. 

Y así, -no quiero explicar cómo- terminó cayendo en un desánimo abisal, como una piedra arrojada al vacío y que no se detiene hasta haber llegado al fondo. El estado de gracia ideal para encarar un destino inevitable:  O para salir o para dejarse llevar por la corriente sombría del mundo.

Le queda una gigantesca reserva de fuerza vital y de paciencia admirable. Sabemos que no está vencido. Otra cosa es la sensibilidad que le  empuja a sentir que cada uno de sus pasos, cada huella que deja en el camino, es hoy una conquista de la vida. Quiero verle mirar ya hacia arriba, hacia la luz. Allí estamos unos cuantos. Estos días algunos de ellos le han mostrado su rostro.


2 comentarios:

MEMEPEDIA dijo...

Como las palabras las has puesto tú muy acertadamente, sólo me queda daros a ambos un buen y sentido abrazo, de los de crujir costillas

Gorka dijo...

Muchas gracias, María