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martes, 3 de agosto de 2010

Fronteras invisibles

Actualizado el jueves 23 de septiembre de 2010

Hay fotografías que delatan. Unas el odio labrado por el tiempo, como las del argentino Walter Astrada sobre la violencia electoral desatada en Kenya a finales de 2007 donde kikuyos y kalenjin, enemigos irreconciliables desde la época de la colonización británica, la emprendieron a flechazos como brote final de los viejos resentimientos escondidos en una de las democracias aparentemente más estables de África. Otras  fotografías revelan el dolor, como las realizadas por el madrileño Ángel Navarrete en Camboya con las víctimas olvidadas de las minas antipersona, amputaciones y de la polio sacrificados durante la ominosa época de los Jemeres Rojos. 

Ninguno de estos dos fotoperiodistas elaboran un tratado de guerra en sus trabajos, ni siquiera realizan una narración apasionada de los conflictos que cada día se cobran piezas antológicas aunque no salgan en los medios de comunicación. Nada de explicaciones geoestratégicas de la zona. Nada de personalismos innecesarios. Las fotografías, las de Astrada en color y las de Navarrete en blanco y negro, devuelven a esa gente el protagonismo que la maldita actualidad les arrebata cada día. Sus imágenes trasladan la voz muda de aquellos a los que su origen y condición les segó toda esperanza y fulminó cualquier apuesta por su futuro. Todos  ellos tienen nombres y apellidos, y todos muestran sin pudor un proceso de demolición interno tan atroz que sólo podemos imaginarlo porque lo desconocemos.

Quizá una de las reacciones humanas más previsibles ante la ferocidad vital que Walter y Ángel ilustran con sus cámaras es huir de esa quema porque cualquier cosa es mejor que flirtear con la muerte, el abandono y el silencio. Y es posible que algunos de sus protagonistas se encuentren ya en las calles de nuestras lustrosas ciudades con el único patrimonio que les aportan sus manos y su disponibilidad para hacer lo que sea. Precisamente por eso es tan fácil abusar de ellos.

Un capítulo cotidiano del despotismo con el que muchas veces se trata a los expulsados del mundo sucedió en el barrio madrileño de Legazpi aunque pudo ocurrir en Lavapiés, en  El Raval, en Puerto de Santa María y en tantas otras plazas de España. Pero en Legazpi la Policía quiso borrar los testimonios directos y arrebató las cámaras al fotógrafo del periódico Diagonal que cubría la redada, Edu León. Semanas después fue detenido y durante dos días, encarcelado y golpeado. Sus testimonios fotografícos escuecen demasiado y parece que se la tienen jurada. Pero él no ceja y seguirá la pista informativa como un sabueso. Como Olmo Calvo y David Fernández, que junto al propio Edu León, se colaron en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) para contar cómo se vive dentro.

Parte de esa constancia es el trabajo Fronteras invisibles que acaba de estrenar web. Aquí revela la otra historia de los que llegaron escapando de la miseria.  El relato incomprensible. Se trata de un recorrido por almas angustiadas encerradas en los infiernos de nuestro civilizado mundo. Su único delito era no tener papeles. La exposición multimedia aclara más cosas. En primer lugar que los inmigrantes indocumentados son tratados como ganado.

Un hombre durmiendo en el suelo. Rostros congestionados. Cuerpos congelados. Nadie arremete físicamente contra ellos pero sus máscaras faciales muestran desolación. Los testimonios del video no tienen desperdicio. Pero el Estado se empeña en demostrar  de esta forma a sus ciudadanos legales que su seguridad está garantizada porque no tiene piedad con los ilegales. Se trata del mismo poder que luego difunde cloroscuros sobre la inmigración en general para que los catetos de la patria apunten con su dedo acusador a los negros, latinos o magrebíes como si fuera el cañón de una pistola.

Personas sospechosas por no ser completamente blancas de piel y sentenciadas probablemente por no estar suficientemente alfabetizadas. Kafka tendría aquí buen material para reescribir El Proceso.

Muchos de los casos recopilados por los autores de la exposición, algunos de ellos tras pasar 60 días detenidos en un CIE del horror, han visto su destino frustrado por la torpeza de una deportación que les envía directamente a un entorno social malsano y a una realidad que para ellos sólo tiene desventajas. 

Daniel Ayllón arroja más vinagre en la llaga de esta vergüenza en un artículo publicado en el diario Público ahora que a muchos se nos llena la boca con palabras de indignación por la Ley de Inmigración de Arizona: varios de los capítulos de esa ley invalidados por la Justicia estadounidense ya se aplican en España. Allí se movilizaron miles de personas para parar esa forma de extremismo de Estado mientras que aquí se dictan órdenes secretas para ampliar y agilizar las expulsiones express pero nadie dice nada.

Ya ni siquiera los denuncias documentadas recogidas por algunos reporteros sirven de mucho. La guerra parece perdida porque las tinieblas del racismo no retrocen, avanzan.

7 comentarios:

Unknown dijo...

Muy bueno, tú. Me quedo con ganas de ver la muestra. Sobre tu reflexión final, ya sabes que siempre es más fácil ver lo que tú estás haciendo mal que mis propios fallos. Y si además se trata de colectivos/sociedades, con más alegría aún que se practica este "deporte". En fin...

Gorka dijo...

Gracias por tu comentario, socio. Respecto a tu reflexión sobre mi reflexión final, los dos haríamos bien con una comida en el Selva (+negra, en versión Nazaria) antes de irte y brindamos con cerveza.

Adm dijo...

Mañana mismo me paso por la muestra, Walter Astrada tiene un punto que me encanta. Como tu post, que es enorme y que aporta un poco de luz y reflexión sobre ciertos temas que algunos creen superados.

Hay que seguir luchando para descatetizar patridiotas, para que el color de la piel no sea más importante que el de los ojos.

Enhorabuena crack

Unknown dijo...

muy bueno Gorka. me hace pensar sobre la fuerza de los grandes medios y grandes capitales para transformar nuestra percepción de la realidad. Nos ofrecen sensación de seguridad a los "legales" haciendonos creer que no tener permiso de residencia es un "delito" por el que merece la pena que te encierren y tiren la llave. No importa que no sea delito, que sean los CIE contrarios a los DDHH o que los "legales" son/somos esos que siempre le decimos al fontanero "sin IVA, por favor". La realidad contra la percepción externamente construida...

Gorka dijo...

Muchas gracias Angrs por aportar ese ángulo de visión sobre el protagonismo (indiscutible) coordinado que tienen los grandes capitales y los grandes medios en todo este drama para revestirlo hipocresía.

Gorka dijo...

Amigo Tono, tú que eres un activista de la imagen "como arma de destrucción masiva" (quiero decir de su poder informativo y/o seductor) visita la muestra. La de Astrada y la de otros muchos como Astrada, que sin entrar en la boca del lobo nos cuentan muchas cosas. Por desgracia, ya sabes que la fotografía no es lo mio pero me conformo con disfrutar viendo sus trabajos. Y los tuyos, socio, y los tuyos.

Diana dijo...

Hace mucho que dejó de sorprenderme el doble rasero con el que en España y en Europa se miden algunos de los temas más relevantes. En el caso de la inmigración he visto a varios dirigentes políticos mostrar su rechazo en público por las intenciones de la Ley Arizona, y sin embargo, son complacientes y permisivos con lo que pasa en España, "España no es Arizona", aseguran, y yo me río de desconcierto. Pero mi desconcierto es aún mayor cuando en la calle, en los parques o en los bares escucho las palabras de rechazo contra los inmigrantes, cuando escucho a los españoles repetir el mismo discurso que se vomita en los medios:¡PELIGRO, INMIGRANTES A LA VISTA! ¡A POR ELLOS!. Esa pareciera ser la consigna intrínseca de las informaciones de la prensa generalista y de las autoridades, y de los líderes políticos sin importar si son de derechas o de izquierdas, a mí eso me tiene sin cuidado, pues los DDHH no son ni azules, ni rojos, ni verdes, ni amarillos.
Pero todavía mi desconcierto es mayor cuando veo a los inmigrantes huir, escapar, escabullirse como si de verdad se creyeran que ellos son los culpables de no sé qué cosa. Me pregunto en dónde están las iniciativas de las organizaciones, de las asociaciones, de los colectivos de inmigrantes, en ¿dónde están las manifestaciones?, en ¿dónde están las muestras de rechazo? No imaginan cuánto diera por ver escuchar desde esas organizaciones propuestas y movilizaciones similares a las utilizadas por el colectivo inmigrante en EE UU, cuanto diera por jornadas como UN DIA SIN INMIGRANTES EN ESPAÑA, porque ha sido con la cabeza alta como los inmigrantes en EEUU han conseguido realmente hacer valer sus derechos y hoy en dia son una fuerza social y política clave para cualquier Gobierno grindo. Aquí no ha sucedido así, aquí los inmigrantes van con la cabeza gacha, sintiéndose culpables, evitando al máximo incomodar, pasar inadvertidos. ¿Quién ha dicho que ser inmigrante es un delito? Eso lo deben saber bien los bisabuelos y abuelos de muchos españoles que emigraron hace tantas décadas, por las mismas razones que las hacen los inmigrantes hoy: buscar un mejor porvenir.
Yo no espero que las autoridades detengan las redadas, ni que se frenen las deportaciones; yo no espero ver a los líderes políticos corrigiendo sus erróneas decisiones; yo no espero que los medios de comunicación generalistas un día por fin ejerzan su función social y aborden el fenómeno de la inmigración con responsabilidad y con miras a erradicar estigmas; tampoco espero que el español de a pie, ese que mira de reojo las pieles morenas o negras de quienes pasan por su lado y aprieta sus billeteras o bolsos, entienda por un dia por fin que inmigrante no es igual a delincuente. No, yo no espero nada ellos ya. De quienes si espero es de los propios inmigrantes. Espero que un día ojalá cercano, muy cercano, sean ellos los que tomen conciencia de su importante papel social, cultural, político y económico en la sociedad española y europea y lo defiendan con los dientes si es posible, pues nadie tiene derecho alguno a pisotear tu dignidad.