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sábado, 13 de agosto de 2011

London calling


Fotografía: Amy Weston, agencia WENN

El resplandor de la destrucción al menos nos permite calibrar que se trata de una mujer sin tiempo para pensar en motivos ni en suertes. Tampoco en lo que sucederá un segundo después, cuando las dos manos que la empujan se retiren y el vértigo se transforme en algo más duro que el impacto contra el suelo. Todo sucede en un instante entre las llamas de un Londres trepidante y pavoroso. El fuego le quema los talones y toda su existencia se consume en una sucesión de anécdotas circunstanciales. La salida que le han dejado es el salto al vacío. Nada es más importante que armarse de valor en esa décima de segundo. Si no lo hace, morirá abrasada. La escena parecería un teatro de sombras si no fuera por que los cuerpos silueteados son de verdad. Al fin, la mujer decide dar el paso de su vida.

La fotografía resume, en parte, la violencia de los sucesos que han ocurrido esta semana en Inglaterra. La mujer sin nombre ha quedado inmortalizada suspendida en el aire, como una equilibrista a la que han borrado de un plumazo la cuerda floja y le han negado la red. En su caída dibujará una elipse perfecta. Un descenso libre. Sólo los brazos suplicantes a un cielo ardiente de dos bomberos la esperan para amortiguar el impacto. Para mayor dramatismo, la escena transcurre junto a una farmacia. Quizá los autores del incendio encontraron ahí la llave para abrir las puertas del infierno que hoy devora todo signo de esperanza. Sólo nos queda confiar en que el sonido que falta para mostrar la completa dimensión del miedo tuviera un final feliz. Luego vendrán las demás cosas. También la discusión de si la puerta que hoy nos muestran sólo es la entrada a un profundo despeñadero.

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