Parece que estos dos oseznos pardos se han decidido a salir para dar un paseo. Bien juntitos, de la zarpa, como cachorros bien educados. Probablemente, su madre no ande lejos y así continuará hasta que los dos benditos de la fotografía cumplan un año y medio de vida. Entonces, cada cual se irá por su cuenta, en soledad, a buscarse la vida por los bosques canadienses o las zonas boreales de Suecia y Noruega, su gran paraíso. Pero aun es pronto para pensar a tan largo plazo.
El tiempo de los plantígrados, como el del hombre de hoy, también se mide en horas, en días, en minutos, y no permite albergar esperanzas. Los protagonistas de la imagen nacieron en marzo, en la osera que su preñada madre preparó para hibernar.
Ahora se acicalan para encarar con garantías un nuevo invierno, frío y seco, en Sprucedale, Ontario, Canadá, donde un grupo de conservacionistas ha creado un estupendo santuario para la rehabilitación de estos imponentes animales. Y mientras su sufrida madre se devana los sesos para llenar la despensa corporal que les servirá de escudo invernal, los dos ingenuos ositos como si nada: jugarán y jugarán hasta que caigan rendidos.
Sin embargo, para ellos es un ejercicio necesario. Así aprenden a cazar, desarrollan los impresionantes músculos de la mandíbula y, lo más importante, agudizarán un instinto olfativo implacable para la búsqueda futura de alimento.
La vida es sueño, o juego, según se mire. Aunque visto desde otras latitudes, por ejemplo Europa, resulta cada día más difícil mirar con ojos benevolentes el devenir de los tiempos. La vida se ha tornado mercadería y el invierno, que a partir de hoy camina confiado hacia su fin, nos anima a postrarnos en una profunda hibernación.
Hay días que una foto es más que mil colores. También huele. Quizá, si le echamos imaginación, la imagen de arriba podría trasladarnos su aroma de naturaleza viva. El bosque húmedo en otoño es un lujo bestial. El paisaje se enciende como una pira imponente. El poeta Octavio Paz escribió: "En llamas, en otoños incendiados, arde a veces mi corazón, puro y solo. El viento lo despierta, toca su centro y lo suspende en luz que sonríe para nadie: ¡cuánta belleza suelta!".
Así es. Estamos en el inicio de esta estación multicolor. Momento para abrirse a todo lo que suena y se mueve. Preparados para lo mucho que huele y para todo lo que puede saborearse. Días de luz suave y de humedad, el tiempo nos ofrece una oportunidad para recuperar el sentido de los sentidos, y como dijo el naturalista Joaquín Araujo "serás de la vida como la vida es del tiempo". Aprovechemos este sol, su luz crepuscular, para acercarnos al invierno gélido.
Para los marineros, el albatros es un ave legendaria. Sinónimo de buena suerte, de viaje próspero, de felicidad. No es de extrañar porque es el emperador del viento. Sus alas están adaptadas al planeo de forma magistral. Dibuja movimientos en el aire como si fuera un pentagrama dinámico. Imponente. Hay algo inaudito en el vuelo del albatros: la envergadura de sus alas, 3,5 metros, le permite minimizar el esfuerzo.
Para él es un juego infantil pasar repetidamente la frontera entre masas de aire y aprovechar las corrientes como le venga en gana. Se sitúa de cara al viento para ganar altitud y descender en un planeo que hiela la sangre. Más de 20 metros avanzados por cada metro descendido. Dos técnicas para domar el viento. ¿Hay quien lo haga mejor? Pues no, la verdad.
Y lo que es más sobrenatural: su adaptación al medio es tan perfecto que en vuelo presenta niveles de frecuencia cardíaca similares a los registrados durante los periodos de reposo. Es decir, ni se inmuta durante sus vertiginosos planeos.
El problema lo encuentra en las calmadas oceánicas. La ausencia de olas y viento son cadenas de acero demasiado pesadas para este aerodinámico caza de los mares. Periodos tormentosos que le mantienen anclado a la superficie del agua y a merced de las bestias abisales. Pero cuando regresa la borrasca despega corriendo sobre la superficie marina como un correcaminos. Es cuando activa el turbo corporal y consume gran parte de su inagotable gasolina vital. Suerte la tuya, estimado albatros, que acoges el mundo bajo tus majestuosas alas con sabor a sal.
Ya te lo dijo el gran poeta, el gran Charles Baudelaire, eres semejante al señor de las nubes, que vives en la tormenta y te ríes del arquero; exiliado en el suelo, abucheado por todos, tus alas de gigante te impiden caminar.
"Desarrollo sostenible no significa producir menos sino hacerlo de otra manera. Significa tratar los recursos como hacen los jardineros". Stéphane Hessel
Atardecer en la Amazonía. La imagen resulta turbadora y placentera. El sol tiñe de azul un escenario fantástico y, por lo que sabemos, único en el Universo. Ahora bien, si la cámara de la NASA hiciera un rapidísimo "zoom in" hacia la superficie terrestre es posible que nuestra mágica apreciación se derrumbara. Bajo esa capa gaseosa tan evocativa se distinguen decenas de chimeneas de humo. Las huellas de la desolación. Pequeñas agujas de fuego clavadas en el pulmón de la Tierra que parece derramar una sangre pálida. Algunos son incendios accidentales aunque la mayoría retrata la batalla del hombre contra una naturaleza intrincada y hostil pero abrumada de riquezas. Fue sacada un día cualquiera de 2013.
Sumidos en plena incertidumbre por el futuro de un sistema depredador, el mundo continúa empantanado en un debate sobre el significado del Progreso, sobre cómo conciliar el desarrollo sostenible con el consumo desaforado, sobre los recursos para unos pocos y la pobreza extrema. Complejas respuestas que requieren compromisos planetarios, imaginación a raudales y decisión individual.
Un ejemplo de la contradicción humana es que hoy el petróleo es tan importante para el bienestar de la humanidad como la
Amazonia para su futuro. La vida coloca la decisión en un trance: Elegir entre el presente y el futuro. Es díficil adoptar decisiones neutrales. Ni las matemáticas ni la tecnología nos dan la certeza de que los sistemas extractivos no fallen en algún momento. Los sucesos con baja probabilidad también ocurren y las energéticas yerran, así que la esencia de este debate está en asumir o no si la sociedad acepta pagar destrucción ambiental por petróleo, es decir, dividendos monetarios, que en la actualidad sigue equiparándose a progreso en el estándar de vida occidental.
Pero hablemos de la Tierra, de esta foto de arriba. Hablemos de esa mujer que estudia sin desmayo para acabar con una enfermedad letal, del indígena que aprende a leer, del anciano sin dinero que sólo una buena atención pública es capaz de recuperar; pero también hablemos del tigre que atrapa una gacela, del árbol que da la bienvenida a un nuevo día. Hablemos, en fin, de la vida que encierra la fotografía satelital para dar un aspecto de irrealidad al preocupante presente y hacer de nuestra existencia (la de la Tierra), la foto de abajo, una realidad futura.
Hablemos pues para que este frio mundo tan huérfano de estrellas pueda terminar en un deshielo que arrastre las pesadillas. Hablemos de cómo tratamos este ensueño que llamamos Tierra, sus mares, sus montañas, sus grandezas, a quienes en aras de un discutido progreso rompemos la cara y hacemos estragos. Ante este panorama, puede que este bello atardecer se cubriera de sombras. ¿Qué utilidad tienen las cosas cuando pierden el frescor del rocío y el olor a naturaleza?
La niña de la fotografía se prepara para una celebración. Vive en Sucumbíos, una provincia del noreste de Ecuador muy poco poblada. Tan sólo 170.000 personas habitan en esta franja amazónica de 19.000 kilómetros cuadrados fronteriza con el Putumayo colombiano y Perú.
Hasta la mitad del pasado siglo convivían sin problemas comunidades indígenas Cofanes, Secoyas y Sionas. Gente orgullosa que habla el lenguaje de la Tierra, de la Pacha Mama. Pero la armonía comenzó a resquebrajarse cuando la petrolera Texaco, hoy Chevron, comenzó en 1964 a explotar una de las inmensas bolsas de petróleo que yacen en aquel subsuelo. En lugar de la prosperidad prometida, las máquinas llevaron pobreza.
A sus pobladores les arrancaron de la tierra, les negaron la palabra, les condenaron a la servidumbre y a la enfermedad. Ellos, que fueron los primeros, se convirtieron en los últimos. Pero alguien apeló a la justicia.
La cohorte de sesudos picapleitos a sueldo de la multinacional petrolera estadounidense retrasó el veredicto hasta la obscenidad. Intentaron comprar la memoria de la gente, presionaron al Gobierno del Ecuador y activaron todo tipo de artimañas legales durante 17 largos años. Tras interminables investigaciones, el "caso Texaco/Chevron" llegó a los tribunales. Primero a una humilde corte local, más tarde a los poderosos jurados estadounidenses.
Finalmente se dictó sentencia: la petrolera debía de abonar más de 19.000 millones de dólares a los 30.000 afectados por los desmanes cometidos durante los años que duró la explotación de los pozos en Sucumbíos. Según la corte de apelaciones de Nueva York, la empresa Texaco/Chevron vertió descontroladamente más de 65 millones de litros de crudo por la zona, liberó más de 700.000 metros cúbicos de gas quemado al aire libre y contaminó más de 20 millones de litros agua destinada al consumo de los habitantes lo que provocó un número indeterminado de muertos y deterioró la salud de cientos de vivos.
Pero la arrogancia de esta poderosa empresa, nada acostumbrada a que alguien les mire de frente, no tiene límites. Su reacción inmediata fue demandar al Estado ecuatoriano en cortes internacionales, la mayoría establecidas en EEUU como la corte distrital de Nueva York y la Corte Suprema de Estados Unidos o en Europa, convencida de que actuarían a favor de sus intereses. Después diseñó una efectiva campaña mediática destinada a desprestigiar el sistema judicial ecuatoriano, acusado de "corrupto", mientras ponía a trabajar a un excelso equipo de comunicadores y abogados para crear un estado de opinión favorable a nivel internacional. Muchos de los que se consideran parte sustancial de la prensa "libre" entendió el recado.
El periódico Financial Times, la sancta santorum de la información económica neoliberal, acaba de negarse a publicar anuncios favorables a una justicia racional; esto es, que Chevron acate las sentencias en su contra y pague de una vez lo que debe a los damnificados. Por otro lado, algunos videos de denuncia colgados en la red sobre el desastre ocasionado por la petrolera en Ecuador suelen ir acompañados por un faldón publicitario pagado por la multinacional estadounidense con una leyenda: "El gran fraude judicial en la amazonía ecuatoriana".
Sin embargo, no es la primera vez que Chevron hace oídos sordos a las sentencias en su contra, ni tampoco que políticos a sueldo ejecutan medidas represivas contra quienes ponen a esta empresa en el disparadero de la opinión pública internacional.
Un ejemplo de la protección institucional que rodea a Chevron sucedió el sábado 3 de agosto en Richmond, California. Ese día, unas 2.000 personas desfilaron hasta las puertas de la refinería que la empresa tiene a las afueras de la ciudad para exigir responsabilidades por la catástrofe del 6 de agosto de 2012. Aquel día explotó parte de la planta provocando cientos de heridos, enfermos crónicos de los pulmones tras soportar la asfixiante niebla tóxica emanada del desastre. Obviamente, la empresa petrolera no ha asumido su responsabilidad en este suceso. Ni lo hará. Jamás lo ha hecho.
Lo que si se produjo en Richmond fueron 229 detenciones de pacíficos manifestantes, aunque poco o nada salió en la prensa. El apagón informativo como estrategia de imagen es moneda de curso legal para uno de los mejores clientes publicitarios de los grandes diarios del mundo. Y quien paga en tiempos de crisis para la prensa, ya se sabe, impide la difusión de cierta información, especialmente si ésta destapa las sombras de la codicia.
Estas maniobras en la oscuridad son llevadas a cabo por seis prestigiosas firmas de relaciones públicas con cobertura planetaria: Hill & Knowlton, Edelman Worldwide, Sard Verbinnem, Robinson Lerer Montgomery, Sam Singer and Associates, y CRC Public Relations. En el caso ecuatoriano, la táctica surtió efecto el 16 de febrero de 2012 en la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya que emitió un fallo mediante el cual permitía dejar en suspenso la ejecución de la sentencia condenatoria de la corte de Sucumbíos.
Desde entonces, la movilización popular en América Latina contra la empresa estadounidense no ha de dejado de crecer. En una página web en inglés, cientos de internautas de todo el mundo desgranan los detalles de un caso como el de Sucumbíos para compensar la casi nula repercusión mediática. La batalla no ha terminado.
Al menos no para la joven de la foto, una niña indígena siona. Ella vive cerca de Nueva Loja, la cabecera administrativa de esta bellísima provincia amazónica. Le pintan la cara para una fiesta. La fiesta de la victoria.
El autor de esta fotografía es Himanshu Vyas y fue tomada no hace mucho cerca de la ciudad de Jodhpur, Rajastán, estado situado al noroeste de India.
El relato que hacen de los hechos podría ser el argumento de un cuento para niños: Vyas salió de casa con su cámara en la mano en busca de un rumor que corría como la pólvora. La noticia sin confirmar daba cuenta de que un cervatillo huérfano había sido rescatado de una muerte segura por una mujer Bishnoi, una comunidad regida bajo unas firmes creencias ecológicas. El animal gozaba de los mismos privilegios que todos los miembros de su familia adoptiva. Comía, bebía, se limpiaba, dormía y jugaba cuando lo reclamaba. Como un niño más. Nada sorprendente en Jodhpur.
Suponemos que a Vyas le pudo la curiosidad de ilustrar la intimidad de esta relación familiar y, de paso, registrar en su cámara los momentos esenciales de aquella peculiar convivencia. Tras unos días de rastreo, los encontró.
La mujer habitaba en una choza de barro, rodeada de hijos que jugaban con un pequeño ciervo. La sorpresa fue que cuando la prole sentía las punzadas del hambre, ella los amamantaba a todos ellos sin pudor, incluído al cervatillo, con la naturalidad de un personaje arrancado de un relato de Kipling más que de Steinbeck. Los Bishnoi no combaten al hambre como a una maldición sino como a otra necesidad colectiva. Todo se reparte por el bien común.
La imagen resulta impactante por estos lares. Es normal. La moral occidental nos impide mezclar manzanas con peras, y menos a un cervatillo con un niño a la hora de la merienda. Vemos al animal como carne de cañón, alimento para hoy, algo con corazón pero sin alma.
Para los Bishnoi es todo lo contrario. Curiosa comunidad en tiempos de uvas de la ira.
Este pueblo indio mantiene intacto un modo de vida estricto basado en el cumplimiento de 29 normas entre las que se encuentran la higiene personal y la salud, la de cuidar de las mujeres y bebés colectivamente tras el parto, pensar bien lo que se dice antes de hablar y, por encima de todos ellos, concebir en el mismo plano de respeto la preservación natural y la convivencia ecológica.
Un ejemplo de esta tenacidad medioambiental sucedió en el año 1730 cuando se enfrentaron al poder político de entonces para salvar un bosque. Un grupo de mujeres se ató a los árboles y aunque muchas fueron sacrificadas por los guardianes del régimen, las que sobrevivieron de la sangrienta carnicería lograron salvar aquel precioso entorno de las hachas de los leñadores. Después de aquella batalla alimentar así a un cervatillo es únicamente un pequeño acto de compasión natural. Una detalle sin importancia, una tradición ancestral.
Según narra el propio Himanshu Vyas, la mujer de la foto aflojó su "saree" y descubrió sus pechos. Primero acercó al niño. Luego al cervatillo. Sus dedos se movieron entre el pelo de su hijo y acariciaron con delicadeza la cabeza del animal. Levantó la vista y descubrió al fotógrafo enfocándola con su cámara. No hubo reacción de sorpresa. Sus labios se juntaron y le regaló el dibujo de su sonrisa hermosa. Bajó la mirada y continuó con su tarea crucial.
Hoy les presento los ojos mejor dotados del mundo. Pertenecen a un tipo de camarón gigante llamado 'Mantis' que habita en la costa más tropical de Australia. Los periscopios oculares que pueden ver en la fotografía son estructuras visuales casi perfectas. Dos complejos dispositivos ópticos con tres pupilas que se mueven de manera independiente y en direcciones opuestas. Algo inimitable.
Estos ojazos están dotados de una visión cromática de 12 colores, nueve más que la del ser humano, captan el infrarrojo y el ultravioleta, poseen cuatro tipos de polarización lineal y dos de polarización circular. Es decir, el cotilla de la imagen puede ver zonas de igual composición en los objetos para diferenciarlos mejor y que no se le escape una. Ni siquiera aquellos animales minúsculos que viven mimetizados a los arrecifes coralinos.
Dotado de un caparazón espectacularmente colorido, el camarón-mantis posee dos afilados punzones que utiliza para comer y defenderse. Y sino que se lo pregunten a los marisqueros australianos que de tanto sufrir sus embestidas, rebautizaron a este angelito de ojos perfectos como "rajador de pulgares". No hace falta añadir los motivos.
Este crustáceo, que alcanza los 12 cm de longitud, es capaz de hacer añicos acuarios con cristales de hasta de 6 mm de grosor. Así que han comenzado a descartarle entre los animales de compañía. Pero hasta que descubrieron su capacidad destructiva, los niños traviesos cargaban con la culpa de un camarón rompedor. Así que nadie espere de este espécimen un guiño cómplice porque carece de párpados. Y eso sin contar que para este langostino demoledor nunca habrá secretos de alcoba porque está dotado de un arma incontestable: un ojo que todo lo ve.
"De todos los animales, el hombre es el más cruel. Es el único que infringe dolor por el placer de hacerlo" (Mark Twain)
Esta mamá hipopótamo celebra con su bebé el placer matinal de un buen baño. El pequeño parece agradecérselo de la forma más natural que sabe: con un beso "hipohuracanado". Ambos exudan ternura por todos sus poros y parecen sonreir. Pero todo es figurativo, producto de una mente racional como la nuestra. Lo que hace esta hembra de hipopótamo con su hijo es darle una lección. La primera y más importante es no acercarse a sus embrutecidos congéneres machos porque le aplastarán sin compasión con tal de mantener su privilegiado sitio en el río.
La segunda, y no menos importante, es desconfiar de un animal bípedo con extrañas vestiduras: el hombre. El bebé deberá aprender muy bien el consejo porque su futuro dependerá de ello y no tendrá muchas oportunidades para comprobar el miedo de su sufrida madre. Cuando aparece, el hombre suele ser infalible. Se coloca a una distancia prudencial, apoya una rodilla en el suelo, se coloca un artilugio en el hombro y comenzará a expiarle a través de una mirilla. Luego escuchará un ruido que estremecerá la sabana, ¡ziang! y su cabezota puede volar por los aires entre los gritos guturales de satisfacción de otras bestias salvajes. Lo mejor es correr.
Desde 2006, el hipopótamo forma parte de la lista de especies en peligro de extinción. Cierto es que no ocupa los primeros lugares pero se ha sumado al grupo con decisión. La caza ilegal persigue su carne y el marfil de sus dientes y la industria maderera su hábitat natural. La ultimas estimaciones sugieren que entre 1994 y 2006, la población de hipopótamos como los de la imagen de hoy ha disminuido 7.20%. Se calcula que a día de hoy subsisten unos 150.000 ejemplares, especialmente en Zambia y Tanzania.
En la República del Congo, el gran paraíso de estos peculiares animales, han desaparecido el 95% durante los últimos 10 años. La turbulenta situación política en ese país ha contribuido a una caza indiscriminada y a la deforestación excesiva de vastas zonas donde el hipopótamo habitaba. Con estos datos en la mano resulta difícil entender cómo a esta madre y a su pequeño hijo aún les quedan ganas de reír y de besarse tan amorosamente.
La fotografía fue tomada hace un par de semanas en el Ártico. En ella se muestra un témpano de hielo a la deriva, un iceberg acribillado por el viento helador de los mares salvajes del Polo norte. Visto así, no parece nada extraordinario en estas latitudes extremas. Pero hay veces que una imagen esconde algo oculto que se debe descifrar, como una huella dactilar en la escena de un crimen. Esta foto pertenece a este misterioso género.
La fotografía muestra a una ballena yubarta, una criatura fabulosa de 16 metros de largo y 36 toneladas de peso. La imagen registra el clímax del cortejo sexual que cada año se produce en aguas del Atlántico Sur, cerca de la Antártida. El juego es apoteósico, un espectáculo único. El macho tiene la costumbre de llamar la atención de la hembra de una manera tan aparatosa que le convierte en cebo para la avidez de un gran depredador: el hombre.
Podría haber elegido a un bracero cortando un tronco milenario o a un bombero sofocando las llamas de un incendio provocado. Podría mostrar el testimonio directo del horror, revelar lo pavoroso, destapar la herida.
Sin embargo, he decidido ilustrar la selva amazónica con la esencia pura de esta región única del planeta aunque para nosotros resulte un tanto idílica e irreal. Esto que ven arriba es el Yasuní, un paraíso húmedo del Ecuador donde los colores agotan el espectro y miles de olores confluyen hasta reventarnos los sentidos. Bajo la cúpula verde habitan 5.000 especies de plantas conocidas, cientos de miles de insectos, 2.274 de árboles y arbustos, 596 tipos de aves, 271 de anfibios y reptiles, 499 de peces y 204 de mamíferos. Es el hogar de las dos últimas tribus no contactadas de Ecuador: los tagaeri y taromenane.
Pero el deseo del hombre por extraer sus recursos ocultos en el subsuelo es muy poderoso. Quieren cargárselo y convertir este pedazo de jungla intrincada en un inmenso cuadro de naturaleza muerta. En un Eurovegas petrolero. Está empeñado en ello. Y presionan como depredadores hambrientos.
El Gobierno de Quito lucha a brazo partido por impedirlo. Su proyecto Yasuní ITT pretende salvaguardarla con la ayuda de todos, especialmente de los Estados poderosos a los que un día se les llenó la boca con frases vacías en la Cumbre del Milenio. Yasuní es de Ecuador pero su preservación depende de todos. En la ONU están los detalles de este proyecto único de conservación natural pero los ricos han decidido congelarlo. No quieren contribuir a mantenerlo alejado de las garras del consumo desmedido, quizá porque les queda demasiado lejos de sus casas, quizá porque no saben hacer otra cosa que poseer y destruir.
A su alrededor, más de 6 millones de kilómetros cuadrados van mermando cada minuto como si un cíclope se alimentara a mordiscos de esta tierra para reforzar su poder omnímodo. Es la amenaza. Quizá sea por envidia ante tanta belleza natural que disfrazamos de codicia. Mercado es la palabra maldita.
Quien fuera ministro de Educación del expresidente brasileño Lula, Chico Buarque, fue interpelado un buen día por un estudiante en EEUU sobre su posición ante la presión del "lobby" maderero -mayoritariamente estadounidense- para que se internacionalice la gestión de este rincón de la Tierra. Su respuesta, que podría ser también la de miles de ecuatorianos, fue contundente:
"Realmente, como brasileño, sólo hablaría en contra de la internacionalización de la Amazonia. Por más que nuestros gobiernos no cuiden debidamente ese patrimonio, él es nuestro. Como humanista, sintiendo el riesgo de la degradación ambiental que sufre la Amazonia, puedo imaginar su internacionalización, como también de todo lo demás, que es de suma importancia para la humanidad. Si la Amazonia, desde una ética humanista, debe ser internacionalizada, hagamos lo mismo con las reservas de petróleo del mundo entero. El petróleo es tan importante para el bienestar de la humanidad como la Amazonia para nuestro futuro. A pesar de eso, los dueños de las reservas creen tener el derecho de aumentar o disminuir la extracción de petróleo y subir o no su precio. Y de la misma forma el capital financiero de los países ricos debería ser internacionalizado. Quemar esta selva es tan grave como el desempleo provocado por las decisiones arbitrarias de los especuladores globales. No podemos permitir que las reservas financieras sirvan para quemar países enteros en la voluptuosidad de la especulación".
Creemos que estas palabras resumen bien muchas opiniones que hoy en día se han convertido en bandera de una gran indignación internacional. Yasuni ITT, un gran proyecto para el planeta.
Aquí les dejo un gran documental, ganador de un Premio en el Festival de Cannes.
El juego de la vida ha comenzado para la pequeña beluga de la foto. Su madre todavía anda aturdida tras 16 meses de embarazo y un parto en plena navegación pero, de manera instintiva, se prepara para impulsarle hacia la superficie y enseñarle a respirar. El bebe ha nacido en mar abierto: mide 1,20 metros y pesa alrededor de 90 kilos. Vivirá 30 años en aguas del Ártico, donde sirvió como alimento básico para los pueblos nativos de América del Norte y Rusia hasta bien entrado el siglo XX.
Aunque en 1973 fue declarada especie protegida y sólo se permite su caza controlada a los inuit, la contaminación de los ríos y mares del norte han provocado que este animal contraiga horribles enfermedades infecciosas que han mermado su población. En 2008 su existencia en Alaska entró en fase crítica. Se calcula que hoy no existen más de 150.000 ejemplares en todo el mundo. Una población como Badajoz, Getafe, Logroño o Huelva. Insignificante para la inmensidad de los océanos.
Por eso el recién nacido de la imagen representa la esperanza. Durante el tiempo que dure su existencia tendrá que esquivar los zarpazos de depredadores implacables como el oso polar y trampas invisibles como las que colocará el hombre en sus lugares habituales de residencia. Larga vida, pues, a este blanco guerrero de bondadosa sonrisa y gran corazón.
Esta foto fue tomada hace unas semanas en Camerún y publicada en National Geographic. La chimpancé que va en la carretilla está muerta. Se llamaba Dorothy y acababa de morir de un infarto a los 40 años. Su cuidadora le sujeta la cabeza en medio de un duelo estremecedor. Hasta el grupo de chimpancés al que pertenecía guarda un escrupuloso silencio al paso de la comitiva fúnebre, algo inusual en estos ruidosos animales. Pero en esta ocasión todos callan mientras observan a su compañera muerta tras la valla metálica.
Según cuenta el pie de foto original, la madre de Dorothy fue asesinada por un cazador y a ella, casi un bebé, la vendieron como mascota a un parque de atracciones. Con el dinero de la operación quizá renovaron su armamento. Quien sabe pero el caso es que Dorothy nunca se adaptó al zoo. La condenaron a vivir encadenada durante tantos años que perdió las facultades para trepar a los árboles. La educaron para divertir a los humanos; le enseñaron a beber cerveza, a fumar cigarrillos y a hacer reír a los visitantes del parque haciendo unas tonterías que odiaba. Y así pasó 25 años.
Un día se le abrió el cielo. Fue rescatada de aquel infierno y llevada a Sanaga-Young, un lugar donde, junto a otros ejemplares de su especie, fue cuidada y ayudada a recuperar su autoestima. Pasado un tiempo su salud mejoró y poco a poco recuperó un carácter bondadoso. Incluso adoptó a un pequeño chimpancé, Bouboule, que acaba de quedarse huérfano tras el fuego ciego de los cazadores.
El día de su muerte, los cuidadores del centro Sanaga-Young se quedaron impresionados. El vacío dejado por Dorothy era palpable en el grupo de chimpancés. Algunos reaccionaron inicialmente con agresividad, otros gritaron con frustración pero lo más impresionante fue la reacción al paso de la comitiva: Todos enmudecieron en un ensordecedor silencio. Dorothy la irremplazable yacía muerta.
Esta es la foto de la batalla por la vida. Un grupo de buitres defiende con ardor su alimento ante las embestidas furiosas de un lobo hambriento. En estas situaciones extremas, la convivencia entre especies que pujan por el mismo objetivo resulta complicada. El lobo solitario intenta imponer su enorme poder en la tierra para darse un festín. Los buitres combinan esfuerzos para convertirse en una única máquina aun más dañina si cabe.
Es la despiadada lucha entre rivales cuyo premio por la victoria será el pedazo más sabroso del animal muerto, las vísceras, de donde obtienen la mayor cantidad de nutrientes que vigorizarán sus vidas. Es por ello que los más fuertes comen los primeros y lo mejor, y esto les permitirá sobrevivir en un mundo salvaje durante más tiempo. El derrotado deberá esperar su turno y conformarse con las migajas.
Desconozco el resultado final de la reyerta pero puede observarse un desequilibrio de fuerzas que podría haber sido decisivo. Pese a la percepción de Nietzsche sobre la libertad del hombre, aquí el individuo depende de la tribu si quiere tener posibilidades de victoria. El número y la unión son fundamentales. Y los buitres son, en estos casos, una legión experta. Actuarán coordinadamente contra el lobo invasor.
Y como un equipo de rugby bien engrasado, percutirán contra los flancos más débiles del depredador errante más fiero de la montaña. Uno detrás de otro, en una cascada terrible de picotazos sin fin. Visto así ya se puede escribir el epílogo: Lo importante no es quién inicia el partido, sino quién lo termina. Lo deseamos.
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"Desarrollo sostenible no significa producir menos sino hacerlo de otra manera. Significa tratar los recursos como hacen los jardineros". Stéphane Hessel
El pasado lunes fue un día negro en el Mar del Norte. La plataforma "Gannet Alpha", propiedad de la multinacional holandesa de petróleo Shell, vertió más de 200 toneladas a las frías aguas del océano. No fue un vertido más. Tampoco se trató de unos "hilillos de plastilina", como alguien se esforzó en describir la catástrofe provocada por el Prestige en 2002. Lo que ahora sucede en el Mar del Norte es un desastre ecológico sin paliativos.
Podríamos haber elegido a un bracero cortando un tronco milenario o a un bombero sofocando las llamas de un incendio provocado. Podríamos mostrar una imagen desoladora, el testimonio directo del horror, exponer lo pavoroso, revelar la herida.
Sin embargo, hemos preferido ilustrar la selva amazónica con la esencia pura de esta región única del planeta aunque para nosotros esta foto resulte un tanto idílica e irreal. Un paraíso húmedo donde los colores agotan el espectro y que el hombre se la está cargando. Está empeñado en ello. Más de 6 millones de kilómetros cuadrados van mermando cada minuto como si un cíclope se alimentara de esta tierra a mordiscos para reforzar su poder omnímodo. Quizá sea por envidia ante tanta belleza natural aunque nosotros la disfracemos de codicia. Queda mejor cuantificar la destrucción en términos monetarios. Posesión es la palabra maldita.
Hace unos años, quien fuera ministro de Educación del expresidente brasileño Lula, Chico Buarque, fue interpelado por un estudiante en EEUU sobre su posición ante la presión del "lobby" maderero -mayoritariamente estadounidense- para que internacionalicen la gestión de este rincón de la Tierra. Su respuesta fue contundente:
"Realmente, como brasileño, sólo hablaría en contra de la internacionalización de la Amazonia. Por más que nuestros gobiernos no cuiden debidamente ese patrimonio, él es nuestro. Como humanista, sintiendo el riesgo de la degradación ambiental que sufre la Amazonia, puedo imaginar su internacionalización, como también de todo lo demás, que es de suma importancia para la humanidad. Si la Amazonia, desde una ética humanista, debe ser internacionalizada, hagamos lo mismo con las reservas de petróleo del mundo entero. El petróleo es tan importante para el bienestar de la humanidad como la Amazonia para nuestro futuro. A pesar de eso, los dueños de las reservas creen tener el derecho de aumentar o disminuir la extracción de petróleo y subir o no su precio. Y de la misma forma el capital financiero de los países ricos debería ser internacionalizado. Quemar esta selva es tan grave como el desempleo provocado por las decisiones arbitrarias de los especuladores globales. No podemos permitir que las reservas financieras sirvan para quemar países enteros en la voluptuosidad de la especulación".
Creemos que estas palabras resumen bien muchas opiniones que hoy en día se han convertido en bandera de una gran indignación internacional.
La fotografía de hoy rinde tributo a la memoria de una pesadilla. Su autor es Ángel Navarrete. Está sacada a escasos kilómetros del cuarto reactor de la central nuclear V. I. Lenin, ubicada en la ciudad ucraniana de Chernóbil. Aquí, junto este oxidado cuadro que ni el sol calienta, se produjo la mayor catástrofe nuclear de la historia. Ocurrió un día como hoy hace 25 años. Las consecuencias fueron y siguen siendo incalculables. El hombre, en su afán de balancear intereses con supervivencia, economía con salud y desarrollo con ideología, se ha dedicado a desterrar este maldito nombre de la historia atómica para evitar que contamine la doctrina de otros proyectos bien diseñados.
La edad media de los ciudadanos que vivían en torno a la central nuclear de Chernóbil era de treinta años. Datos demográficos oficiales daban cuenta en 1985 del nacimiento de más de mil bebés al año. Así, la escena más habitual en las concurridas calles de Prípiat era ver familias paseando con sus bebés.
Esta pequeña explosión demográfica empujó a las autoridades soviéticas a crear escuelas para preescolares bien dotadas de instalaciones deportivas. Querían construir una sociedad sana y atlética, acorde a los tiempos de rivalidad atómica que caracterizaron la segunda mitad del siglo XX.
Pero hoy, los potros para saltos acrobáticos están polvorientos y de las paredes desconchadas parecen surgir rostros desfigurados por la asfixia que padece la ciudad desde hace veinticinco años.
Observando la fotografía, uno teme que llegue el día en el que los miles de muertos exijan la devolución de todo lo que les fue robado.
Cuando el 16 de julio de 1946, el periodista William Laurence describía el primer ensayo atómico de la historia como “el resplandor de una luz que no era de este mundo” no imaginó que, cuatro décadas después, habría seres que también mirarían al cielo preguntándose por qué ellos sobrevivieron si a su lado murieron tantos otros.
Esto es lo que sucedió en Ucrania. Las historias que acompañan a los supervivientes de Chernóbil enumeran muchos pequeños factores de suerte o voluntad que salvaron sus vidas.
Ayudados por el portentoso reportaje que John Hersey narró en su libro Hiroshima, cada superviviente de Prípiat sabe hoy que en el acto de sobrevivir vivió una docena de vidas y vio más muertes de las que nunca pensó que vería.
Pero, en aquel momento, como ocurrió en los días posteriores al holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki, nadie sabía nada. Tampoco hoy, en Chernóbil, nadie quiere saber nada.
PD: El martes 26 de Abril, coincidiendo con el 25º aniversario del accidente, se inaugura la exposición completa de esta serie en Madrid. Previamente, habrá un pequeño COLOQUIO sobre este trabajo y la situación del reporterismo. Están tod@s invitados.
Lugar: C/ Unión, 1 (Metro Ópera, Madrid, Lineas 2 y 5).