La fotografía muestra a una ballena yubarta, una criatura fabulosa de 16 metros de largo y 36 toneladas de peso. La imagen registra el clímax del cortejo sexual que cada año se produce en aguas del Atlántico Sur, cerca de la Antártida. El juego es apoteósico, un espectáculo único. El macho tiene la costumbre de llamar la atención de la hembra de una manera tan aparatosa que le convierte en cebo para la avidez de un gran depredador: el hombre.
Desde 1986, una moratoria regía la caza de cetáceos. Un parón que ha servido para dar una tregua al futuro de estas especies y, de paso, para abrir una puerta a la creación de una zona de exclusión a los balleneros. Sin embargo, desde esta semana todo esto se tambalea. La Comisión Ballenera Internacional (CBI), integrada por 88 países, ha decidido posponer para otro momento estelar la resolución de la propuesta, liderada por Argentina y Brasil, de convertir la Antártida en un lugar de recreo para estos enormes animales. Una zona libre de arpones y mataderos flotantes. Un santuario para estos gigantes.
Japón, Dinamarca, Islandia y Noruega lo impidieron. En realidad, ninguno de ellos aceptó la moratoria en vigor y han seguido cazando en aras de una cultura alimenticia ancestral. El pasado año, los noruegos cazaron 536 ejemplares para usos comerciales. Los islandeses, 38; y los japoneses, 507.
Para el próximo año anuncian una guerra abierta. Tokio, que se ha dedicado durante las últimas décadas a comprar voluntades con ayudas al desarrollo y sobornos a países africanos o a Estados que ni siquiera tienen salida al mar, como hace pocas semanas reveló "The Sunday Times", acaba de anunciar que no permitirá que grupos ecologistas torpedeen su implacable trabajo de caza. Advierte que los hundirá.
A la yubarta de la fotografía sólo le queda una opción para sobrevivir: ser discreta en el amor porque el perverso juego del ratón y el gato ha comenzado. Y ella, pese a su enormidad y poderío, es el ratón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario