Hay miradas que matan y otras, como esta de aquí arriba, que inquietan. Es fácil adivinar a quien pertenece este feroz ojo. Es de un halcón que ha salido de caza. Y que ya ha fijado a su presa. La escudriña con precisión a la espera del momento preciso para acabar con ella. Su vista es portentosa. Capta el más leve movimiento a varios kilómetros de distancia y si el hambre aprieta, pocos animales pueden evitar el estremecedor envite de sus afiladas garras.
Pero esta perturbadora imagen también nos proyecta hacia un juego simbólico. El del gran ojo que todo lo ve, el gran hermano "orwelliano". ¿Por qué no? Al igual que en 1984, la novela de George Orwell, este halcón vigila, desde una posición de poder, el pensamiento y la comunicación de su presa, con fines represivos (la caza). Es el comandante en jefe de la escena, el guardián de la sociedad salvaje, el dios pagano que surge de los cielos y el juez supremo que ejecuta cuando lo cree conveniente.
El depredador único y todopoderoso que vigila sin descanso todas las actividades cotidianas del resto de animales hasta el punto de conocer todos los actos de cada individuo. Este podría ser el icono que parece cobrar vida en nuestras sociedades libres cada día que pasa, cada nuevo amanecer. ¿Por qué no? Como en la obra de Orwell, la única certeza que tenemos del momento actual es que algún día acabará la historia.
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