*Extracto del libro "El Rey del Mundo", del director de la revista The New Yorker , David Remnick. Editorial Debate, 2001, Madrid
Cassius Clay subió al ring de Miami Beach luciendo un batín de color blanco con el rótulo The Lip (El Insolente, El Bocazas) cosido a la espalda. Volvía a ser hermoso. Rápido, resplandeciente, veintidós años. Pero, por primera y última vez en su vida, tenía miedo. El ring estaba abarrotado de figuras pasadas, presentes y futuras, de lacayos y de matones. Clay fingió no verlos. Se puso a dar saltos de puntillas, al principio sin ningún entusiasmo, como si estuviera participando en un concurso de baile y faltaran diez minutos para las doce de la noche, pero luego fue cogiendo velocidad y tomándole gusto a aquello.
Transcurridos unos minutos, Sonny Liston, campeón del mundo de los pesos pesados, pasó entre las cuerdas para poner los pies en la lona, con cuidado y delicadeza, como quien se sube a una canoa. Llevaba un batín con capucha. No se le veía preocupación alguna en la mirada. Sus ojos eran los de una persona sin vida ni expresión, una persona que nunca ha recibido un favor de nadie, que nunca ha hecho un favor a nadie. No parecía muy probable que el primer beneficiario fuera a ser Cassius Clay.
Casi todos los cronistas deportivos que había en el Miami Convention Hall daban por supuesto que Clay iba terminar la velada en el suelo. Robert Lipsyte, joven especialista en boxeo de The New York Times, había recibido instrucciones del jefe de redacción en el sentido de que averiguara cuál era el camino más corto entre el recinto deportivo y el hospital, para no perderse cuando trasladaran a Clay. Las apuestas estaban siete a uno en contra de Clay, y resultaba casi imposible encontrar a nadie que las aceptara.
La misma mañana del combate, The New York Post publicó una columna de Jackie Gleason –el cómico de televisión más popular de Estados Unidos– en la que podía leerse: «Mi pronóstico es que Sonny Liston ganará a los dieciocho segundos del primer asalto, y en este cálculo incluyo los tres segundos que Bocazas ponga por su cuenta».
El propio grupo financiero que apoyaba a Clay, el Grupo Patrocinador de Louisville, esperaba la catástrofe: su abogado mantenía estrechas negociaciones con Sonny Liston, ante el temor de aquella fuera la última noche en que Cassius Clay pisara un ring de boxeo. Lo más que esperaba el abogado era que el joven saliese «con vida y sin daño» del envite.
Era la noche del 25 de febrero de 1964. Malcom X, mentor de Clay e invitado suyo en esta ocasión, ocupaba la butaca número siete de la primera fila. Allí estaban también Jackie Gleason y Sammy Davis, además de unos cuantos mafiosos de Las Vegas, Chicago y New York. Un nubarrón de humo de puro se desplazaba lentamente bajo los focos centrales. Cassius Clay, golpeando con sus puños la neblina gris, esperaba el toque de la campana...
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