La foto nos muestra un paisaje turbador. Bajo un cielo en llamas se observa una fábrica camuflada entre nubes industriales con perfume oxidado y color de caramelo. El gigante telúrico parece haber devorado el resto de las cosas entre el intenso fuego de un horizonte despejado que casi se puede tocar con los dedos. Alguna vez llegamos a pensar que el progreso era todo esto. Pero no. Aquí es difícil vivir. Pese a los estragos del paro, pese a las promesas de desarrollo para sobrevivir.
Con una crisis inducida y aguda como la que hoy nos sacude sin piedad, una imagen como la que hoy mostramos es como un signo de esperanza. De trabajo y consumo garantizado. Pero es un espejismo. Como las chimeneas humeantes en este bucólico amanecer. No funden hierro sino sueños. Son tantas las quemaduras económicas que la esperanza escuece. El paro galopante, la falta de liquidez financiera y el derrumbe del sentimiento de clase han entregado el timón del mundo a extraños conductores que juzgan, deciden y ejecutan sin que los demás lleguemos a entender las normas que rigen este nuevo juego. Una versión modernista de ‘El proceso’ de Kafka.
Provoca vértigo observar las similitudes que los amos de la realidad actual comienzan a encontrar con los siniestros personajes que el genial escritor checo dibujó en su novela. Y así, de la misma forma que por las fauces de este dragón siderúrgico de la fotografía sale CO2 a la atmósfera sin que aparentemente nada suceda, espesas sombras seguirán extendiéndose por el mundo hasta que el hastío de la gente se manifieste como un puño cerrado.
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