¿Qué está ocurriendo con los medios de comunicación? Da la impresión de que la presencia de hombres de negocios al frente de los diarios ha llevado al periodismo a convertirse en herramienta de las grandes corporaciones y, en época de crisis, es difícil progresar. “La información se ha convertido en una máquina de hacer dinero”, dijo en una ocasión Ryszard Kapuscinski. Visto lo visto, no le faltaba razón.
La crítica situación por la que atraviesa el diario Público, en el que yo trabajé hasta que me despidieron a bocajarro junto a otros 17 compañeros bajo el único argumento de quitar lastre económico para minimizar las pérdidas, demuestra que algo falla en esta fórmula perversa del sistema en el que vivimos y a la que la mayoría de las empresas se agarra como a un clavo ardiendo. Es cuando muchos suelen mostrar su verdadera cara, un rostro duro e impenetrable, con las banderas de identidad convenientemente arriadas para no causar estragos en la moral de la tropa. Asusta que el barco de vela en el que te enrolaste se convierte de repente en un buque fantasma.
En un artículo, el director de ‘Le Monde Diplomatique’ Ignacio Ramonet decía que los medios de comunicación, y especialmente los periódicos, viven una profunda crisis de contenidos. Quizá peque de ingenuo pero añadiría que también de sufren un déficit de principios. Ya aireaba Kapuscinski que las publicaciones en papel están diseñadas como pantallas de televisión, tienen poca letra, dan prioridad a lo sensacional y sufren amnesia con respecto a informaciones que han perdido actualidad. “Son periódicos hechos para entretener más que para informar lo que está provocando el empobrecimiento de su textos con páginas y páginas dedicadas al autobombo, a los premios, a las promociones y a la publicidad de esas promociones”, añadía.
Me siento incompetente para analizar las causas del descalabro financiero de Público. No tengo ni idea si una gerencia incompetente y omnímoda tenga la culpa de que 160 familias y un número indeterminado de colaboradores (fotógrafos, la mayoría de los corresponsales, columnistas, distribuidores, etc) -como antes 18 trabajadores más, después otros 32 y entremedias un goteo paulatino e inexorable de despidos desde su nacimiento en septiembre de 2007- empiecen a sentir las gélidas garras del paro agarrándoles por los tobillos. Bastante tienen los trabajadores de este diario con enfrentarse al miedo que provoca una realidad lacerante en tiempos tan oscuros como los que ahora vivimos. Siempre es triste intuir la muerte de un diario cuando lo que entra en juego es un sentimiento vocacional y conoces a la gran mayoría de los damnificados. La sociedad española se empobrecerá sin Público, sin duda.
Y para los lectores habituales de este diario, ¿ya no hay espejos donde mirarse? Ramonet cree que no está todo perdido. Dice que en medio de las tinieblas hay contrapesos. Se refiere al despertar de una cierta conciencia ética. Yo, la verdad, no sé qué pensar. Es cierto que la prensa, al menos sus trabajadores, empiezan a ver las orejas al lobo en el afán de las empresas, también de la editora de Público, de estimular espectáculos triviales como que “tú sólo me eres útil siempre que yo gane dinero” o tomando decisiones delirantes más acordes al neoliberalismo salvaje que dicen combatir que al compromiso ético y los valores sociales que siempre ha trasladado a sus lectores (aunque esto no garantice la salvación del cierre).
Quizá Internet albergue una de las pocas esperanzas que nos queda para decirles a Orwell y Huxley que ya pueden descansar en paz.
La crítica situación por la que atraviesa el diario Público, en el que yo trabajé hasta que me despidieron a bocajarro junto a otros 17 compañeros bajo el único argumento de quitar lastre económico para minimizar las pérdidas, demuestra que algo falla en esta fórmula perversa del sistema en el que vivimos y a la que la mayoría de las empresas se agarra como a un clavo ardiendo. Es cuando muchos suelen mostrar su verdadera cara, un rostro duro e impenetrable, con las banderas de identidad convenientemente arriadas para no causar estragos en la moral de la tropa. Asusta que el barco de vela en el que te enrolaste se convierte de repente en un buque fantasma.
En un artículo, el director de ‘Le Monde Diplomatique’ Ignacio Ramonet decía que los medios de comunicación, y especialmente los periódicos, viven una profunda crisis de contenidos. Quizá peque de ingenuo pero añadiría que también de sufren un déficit de principios. Ya aireaba Kapuscinski que las publicaciones en papel están diseñadas como pantallas de televisión, tienen poca letra, dan prioridad a lo sensacional y sufren amnesia con respecto a informaciones que han perdido actualidad. “Son periódicos hechos para entretener más que para informar lo que está provocando el empobrecimiento de su textos con páginas y páginas dedicadas al autobombo, a los premios, a las promociones y a la publicidad de esas promociones”, añadía.
Me siento incompetente para analizar las causas del descalabro financiero de Público. No tengo ni idea si una gerencia incompetente y omnímoda tenga la culpa de que 160 familias y un número indeterminado de colaboradores (fotógrafos, la mayoría de los corresponsales, columnistas, distribuidores, etc) -como antes 18 trabajadores más, después otros 32 y entremedias un goteo paulatino e inexorable de despidos desde su nacimiento en septiembre de 2007- empiecen a sentir las gélidas garras del paro agarrándoles por los tobillos. Bastante tienen los trabajadores de este diario con enfrentarse al miedo que provoca una realidad lacerante en tiempos tan oscuros como los que ahora vivimos. Siempre es triste intuir la muerte de un diario cuando lo que entra en juego es un sentimiento vocacional y conoces a la gran mayoría de los damnificados. La sociedad española se empobrecerá sin Público, sin duda.
Y para los lectores habituales de este diario, ¿ya no hay espejos donde mirarse? Ramonet cree que no está todo perdido. Dice que en medio de las tinieblas hay contrapesos. Se refiere al despertar de una cierta conciencia ética. Yo, la verdad, no sé qué pensar. Es cierto que la prensa, al menos sus trabajadores, empiezan a ver las orejas al lobo en el afán de las empresas, también de la editora de Público, de estimular espectáculos triviales como que “tú sólo me eres útil siempre que yo gane dinero” o tomando decisiones delirantes más acordes al neoliberalismo salvaje que dicen combatir que al compromiso ético y los valores sociales que siempre ha trasladado a sus lectores (aunque esto no garantice la salvación del cierre).
Quizá Internet albergue una de las pocas esperanzas que nos queda para decirles a Orwell y Huxley que ya pueden descansar en paz.
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