Debería de decir que el escándalo provocado por la sanción de dos años por dopaje al ciclista Alberto Contador me he dejado más frío que un iceberg. Pero no es cierto.
Que el ciclismo parece la botica de Patrick Bateman, el ejecutivo acomodado que aterrorizó al mundo en American Psycho, parece un hecho redundante. Se trata del enésimo ciclista sancionado en los últimos años. La diferencia es que a Contador lo han vuelto loco antes de matarlo. Me provoca tantas náuseas pensar en los responsables del TAS y la UCI como en la protección existente sobre otros deportes. El fútbol y el tenis, por ejemplo, ¿por qué se están librando?
Hoy prefiero mirar hacia delante para seguir confiando en escapadas memorables de Contador bajo un sol abrasador (en su día hice lo mismo con Iban Mayo quien harto de los hipócritas de los despachos les mandó a tomar por el culo), en sus ritmos asfixiantes hacia la meta del Galibier. En cuerpos esclavizados por las dietas. En desfallecimientos libertarios. Porque el ciclismo existe a pesar del doping y, sobre todo, de quienes se lucran con ello.
Hoy prefiero mirar hacia delante para seguir confiando en escapadas memorables de Contador bajo un sol abrasador (en su día hice lo mismo con Iban Mayo quien harto de los hipócritas de los despachos les mandó a tomar por el culo), en sus ritmos asfixiantes hacia la meta del Galibier. En cuerpos esclavizados por las dietas. En desfallecimientos libertarios. Porque el ciclismo existe a pesar del doping y, sobre todo, de quienes se lucran con ello.
Estamos en plena época de hipocresía. Cualquiera sabe que superar un récord del mundo de tiro con arco o soportar una carrera tras otra a velocidades cada vez más vertiginosas es imposible con una dosis matinal de vitamina C. Sobre los deportistas pesa la presión de los sponsors y de una sociedad que no admite el fracaso. En todos los deportes practicados a nivel profesional. En todos (también en el fútbol y en el tenis).
En 2005, el Instituto Superior de la Sanidad italiano (ISF) sometió a 1.511 deportistas a controles antidopaje en 363 competiciones, con un media de 33 controles al mes. 37 dieron positivo, lo que representó el 2,4%, de los que 34 habían ingerido una sustancia prohibida y los tres restantes, dos. Entre los dopantes más utilizados destacaron los derivados del cannabis (32,5%), los estimulantes y diuréticos (20%), los corticoesteroides (10%), los anabolizantes (7,5%), los hormonales (5%) y los betabloqueantes y antiestrógenos (2,5%). Por deportes, el más irregular fue el rugby (uno de mis deportes preferidos), seguido del voleibol, ciclismo, baloncesto, fútbol y natación.
Hace ya unos años, hubo una trama que me sigue poniendo los pelos de punta con sólo recordarla: el ‘Caso Balco’. En el centro farmaceútico de un químico llamado Victor Conte -bigotito fino, cara de no romper un plato, un mago de la formulación anaeróbica- producían TGH (tetrahidrogestrinona), un esteroide anabolizante entonces indetectable para cualquier sistema de detección de doping ideado. Una bomba de relojería sintética que permitía al gigante Barry Bonds acumular home runs con su equipo de béisbol de San Francisco o a Tim Montgomery machacar el cronómetro en unas Olimpiadas. La gran conspiración fue destapada por la Agencia Antidopaje estadounidense gracias al chivatazo de Trevor Graham, un afamado entrenador venido a menos. Se analizaron datos y se encontraron casos suficientes como para hablar de una trama de dopaje a gran escala.
Una vergüenza total para el país de los héroes forjados con el sudor y el esfuerzo. En la raza. Y lo que es peor, con Balco se descubrió que la lógica capitalista funciona de modo implacable en el deporte. Como una sociedad de consumo secreta. Primero se crea la necesidad. Después, se satisface. Una industria, un complejo comercial, un deportista con cualidades e insatisfecho. A la ambición hay que darle servicio. Y enriquecerse con ello.
Las drogas se burlan de los controles. Al menos eso pensaba el especialista en Medicina Deportiva Manuel Vitoria en una entrevista que le hice hace años en la Revista La Clave: “Es una batalla perdida, ya que nuestros movimientos son menos numerosos y más lentos que los de los responsables en la creación de nuevas sustancias”.
Ya dijo Trotsky que la verdad es revolucionaria porque sólo con ella es posible avanzar en la comprensión de un mundo que es necesario transformar. Seamos pues subversivos. Así es el dopaje. Es parte de nuestro insaciable sistema. Por lo que, bajo estas condiciones actuales de control (hay otras que tienen que ver más con viejas vendetas contra el ciclismo español), sólo diré: "Alberto Contador forever". Y si estás harto de toda esa gentuza de barriga de tonel, opíparas cenas y putas de lujo, comienza disfrutar de tu otra vida. Como Iban Mayo.
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