Para soñar hay que vivir, piensan los supervivientes de la catástrofe radiactiva. Los mercados de Ivankiv se convierten cada mañana en un ágora para los habitantes de esta ciudad. Compran productos rusos enlatados, legumbres de sospechosa procedencia y lácteos que a cualquier visitante le harían sudar miedo.
Las tiendas son de ladrillo y la mayoría de ellas carecen de electrodomésticos refrigeradores. Todo muy alejado de nuestras grandes catedrales del mercadeo donde los productos en venta mantienen una guerra mundial por un lugar en los escaparates.
Ivankiv no está en guerra pero sus comercios en hora punta recuerdan a las oscuras mañanas de Sarajevo cuando la gente acudía a comprar alimentos de supervivencia ajena al terror que les rodeaba. Aquí, la adquisición de comida se realiza con mucho más sosiego aunque el enemigo sea invisible y mucho más implacable que en cualquier guerra. El tiempo contra el tiempo.
Fotografía: ©Ángel Navarrete
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