El pesimismo laboral se extiende como una epidemia. Son tantas las quemaduras sufridas en los últimos años de recesión económica que la esperanza ya escuece. Hay quien dice que hace cien años ocurrió algo similar en la industria siderúrgica y apareció el convertidor Bessemer, el que permitía transformar las ricas hematites en acero, para salvar la vida obrera. Pero lo de ahora es distinto. Hoy, las sombras son tan espesas que las palabras contra la economía y sus gestores llegan desde todos los sectores productivos. Indignadas. Como puños cerrados.
Pedro Rodríguez es calderero, ya jubilado, pragmático y realista. Le conocí durante su época de representante sindical de CCOO en el comité de empresa de La Naval. Eran tiempos de crisis, muy duros. Me lo encontré ayer en la calle y hablamos un buen rato bajo un sol abrasador. "Guste o no, Bruselas no va a admitir nunca un autogobierno real entre los países que componen la Unión Europea", me dijo enfadado. Su olfato de sabueso proletario le indica que el reloj corre en contra de los trabajadores, de sus derechos, de su protección, de la negociación sectorial y colectiva. De la clase media y de los viejos. De los pobres mejor ni hablar. Sólo queda la protesta y la empatía de quienes aun no sufren el látigo del sistema. "Es una huelga contra el sistema", sentencia.
Para un hombre con la lengua baqueteada en mil negociaciones obreras, las mayores aberraciones de este "golpe de Estado silencioso que estamos sufriendo" es que saquen a subasta los servicios públicos, que flexibilicen los EREs y que reformen las relaciones laborales a favor del capital. En realidad, mucho de lo que critica el bueno de Pedro lo criticamos muchos. "Por eso el resultado de la huelga convocada va a ser fundamental. Especialmente, porque si es un éxito reforzará la moral de la sociedad indignada, su fuerza real, y servirá para articular futuras movilizaciones", añade.
Es mediodía del día previo a la huelga. La oficina del SEPE bulle. Todos los parados van (vamos) de un lado a otro hablando, gritando, pero nadie se presta atención. El sistema de empleo se resquebraja. El mérito del ejército de parados que hay en España sería que esta huelga general rompiera la dinámica de individualismo imperante y que el miedo que algunos empresarios han insuflado a quienes aun conservan su empleo quede silenciado por el sentido común: La democracia, más allá de la representación política y del respeto a la mayoría, implica la protección de los derechos, de las prestaciones sociales, del acceso a la información, de la participación política. En suma, de la libertad.
El triunfo sería como una candela dentro del sombrío túnel que los timoneles de Europa o, mejor dicho, los revolucionarios neocons intentan dibujarnos con los pinceles del miedo y la contundencia de un maremoto.
No estamos más cerca de Grecia, estimado banquero. Usted miente. Estamos en vuestras manos, que es distinto. En España hubo un ególatra con solera y durante los 8 años que duró su reinado sus súbditos pudieron comprobar que cuando se equivocaba, nos confundíamos todos. Era la táctica del jamón ibérico: socializar el error pero nada de responsabilidades. A mi me sigue sorprendiendo que ningún banquero esté en la cárcel.
Que la huelga sirva para que este país comience a disipar las tinieblas económicas que hoy intentan imponernos y que avanzan con tanta decisión.
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