Desear suerte a un gobierno que se pone en marcha es un gesto de educación. Y de un interés común sobreentendido: por el bien general. El presente es tan hiriente que el éxito futuro de este nuevo Ejecutivo debería traernos un beneficio colectivo, un respiro laboral, por muchas diferencias conceptuales que podamos tener. Ya lo dijo el dramaturgo rumano Eugène Ionesco: "Las ideologías nos separan, los sueños y la angustia nos unen". Esperemos que así sea porque no queda otra.
Sin embargo, hay pinceladas en la resolución de la quiniela política del nuevo jefe de Gobierno muy contradictorias. La eliminación o fusión de ministerios que velaban por la aplicación de las libertades colectivas y el desarrollo social perfilan el carácter de los nuevos timoneles de España. Su organización siembra de dudas el trabajo de cientos de personas y organizaciones que aguardaban silenciosos una fumata blanca favorable con el que dar salida a competitivos proyectos destinados a hacer nuestra vida más saludable, igualitaria y esperanzadora.
La configuración del Ejecutivo no ha supuesto una sorpresa. En el lenguaje del actual partido en el Gobierno, la competitividad siempre se ha utilizado como sinónimo de reforma laboral y de moderación salarial. Neoliberalismo de matriz neoclásica. La inversión en ciencia y desarrollo es una tarea privada al pairo de los mercados. La Igualdad, un maquillaje. La Cultura, un erial para cazarecompensas. La Inmigración, un problema de seguridad. Los esfuerzos públicos en este tipo de áreas son vistas como inversiones sin rentabilidad a corto plazo y, por lo tanto, prescindibles. Ninguna de ellas cotiza en bolsa ni sirve para crear confianza a unos especuladores desatados.
Quizá tengan razón y resulte mejor apoyar sin remilgos a empresas que mejoran las prestaciones de seguridad de misiones de "paz". O felicitarse porque una de las personas que maniobraba en las aristas oscuras de la economía global en el momento del crac que hoy vivimos haya accedido a hacerse cargo del balance del Estado. Al fin de cuentas, todos los nombres clave del nuevo Ejecutivo hablan de datos y ecuaciones que el populacho nunca será capaz de interpretar. Es un idioma selecto. El lenguaje cifrado del Gobierno de unos pocos, de tecnócratas. Como si el sistema tuviera una pequeña avería que debidamente extirpada por los cirujanos del gran capital nos devolviera a una vida de felicidad y progreso perdido. Entramos en un periodo en el que la llave se balanceará entre la bolsa de valores y la exclusión. Quizá esté confundido.
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